RECOGER LA SIEMBRA

RECOGER LA SIEMBRA

Por Estela Cammarota
La tierra es un planeta que órbita alrededor del sol. El tercero más cercano.
Visto desde la atmósfera, aparece como un punto azul.
Lo curioso es que sólo el 30% es tierra, propiamente dicha. El 70% restante es agua.
¿Por qué se la llamó Tierra, entonces?
Porque más que a su composición, las denominaciones en los distintos idiomas aluden al concepto de SUELO. Es decir, eso que pisamos. Lo que nos sostiene.
Asimismo, al sitio donde nacimos y pertenecemos lo llamamos terruño, y más aún le decimos Patria. Hoy, con otros modelos mentales, tal vez podría haber sido Matria.
Lo cierto es que huele a familia, a clan, a seguridad y soporte.
Es mucho más que una simple repisa en la que apoyamos nuestros pies y exhibimos la vida. Y también mucho más que nuestra casa.
Pero, no es por su condición de viajera del espacio que hoy estamos dando vueltas a su alrededor para celebrarla.
En la Tierra pasan cosas.
Y está en peligro.
Hace tiempo que está en peligro.
Existen teorías que consideran a la Tierra como un sistema autorregulado, que surge de la totalidad de organismos que la componen, las rocas de la superficie, el océano y la atmósfera, estrechamente unidos como un sistema que evoluciona.
También afirma que tiene un propósito, que es el de la preservación de la vida que en cada momento la habite. La fina capa de vida que la envuelve, la biosfera, necesita estar en equilibrio con todo lo demás.
Más allá de las discusiones que puedan darse por la aparente adjudicación de un propósito y por lo tanto de consciencia, lo que no se puede negar es la condición de sistema.
Sistema implica red de relaciones, entramado, urdimbre.
Nosotros, los humanos, formamos parte de ese tejido sutil.
Somos sacos de átomos y moléculas, intercambiando en forma permanente esto que somos con nuestro alrededor.
Me encanta decir que estamos inmersos en una “sopa cuántica”.
Cada movimiento que realizamos, genera otros muchos movimientos, resultado de lo actuado o compensando lo hecho.
Nuestros actos abonan cambios en el sistema total. Estamos completamente conectados.
Sin duda, me siento mucho más cómoda desde la cosmovisión originaria, y hablar de la Tierra como la Pachamama.
De todas sus acepciones, tomo la que la considera como la totalidad.
Ser humano y naturaleza toda, una sola cosa.
No hay en este concepto, idea de separatidad. Nadie está completamente aislado, porque esté como y donde esté, forma UNO con el otro.
Por lo tanto, cuando hablamos de nosotros Y la Naturaleza, en realidad deberíamos hablar de NOSOTROS COMO PARTE DE LA NATURALEZA.
Somos Naturaleza, estamos integrados con ella, formamos parte de la ecuación.
Eso es la Pacha. La integralidad absoluta. Una red, un tejido de constelaciones en las que cada ser humano, animal, piedra o planta, es la estrella del centro. Y todo esto condensado en un planeta.
De ahí que, ¿cómo ignoraría la mano izquierda el dolor de la derecha?
Es imposible. Como individuos y como sociedad.
Todo es mutua caUsalidad.
Ese árbol que cortamos, es nuestro socio que matamos. Tiene que tener un sentido noble, porque si no, es crimen.
Y los crímenes se pagan.
El ave de rapiña no tiene la culpa de ser ave de rapiña. Su especie rapiña, hace eso.
Pero… los seres humanos, tenemos CONCIENCIA!
Tenemos registro de lo que hacemos y para qué lo hacemos.
Nada más que, parece, individual y colectivamente hemos perdido el código.
Erich Fromm dice: El hombre moderno no puede comprender el espíritu de una sociedad que no esté centrada en la propiedad y en la codicia”.
Y lo peor es que no nos damos cuenta de que cuando condenamos, NOS CONDENAMOS.
Es inexorable:
LA SIEMBRA ES OPTATIVA. LA COSECHA OBLIGATORIA.
Cambio de escenario y me vengo a nuestros días.
Quiero contarles que no recuerdo antes, tanta poesía libre circulando.
Hermosa y sabia poesía. De esa que procede de cualquier país, sin la firma de su autor y que uno dice: “Ohhh, podría haber escrito esto”, porque me representa, me expresa.
Tampoco sé de otro momento de una Humanidad global, con tanto tiempo de mirarse en el espejo tan intensamente en tan poco tiempo.
Y hay que poder sostener la propia imagen.
Aun los que tienen sus cuentas saldadas y su heladera provista, y pueden quedarse con sus cosas bien hechas, en apenas la propia compañía o la que supieron construir, difícilmente disfruten de silencio en sus cabezas porque este encierro ha abierto todas las ventanas y el bullicio de las realidades del mundo interrumpen esa comodidad con sus cachetadas.
La soledad no es tal. Está completamente habitada.
Mirarse en el espejo puede ser infinitamente incómodo.
Porque aparecen de telón de fondo los que siempre estuvieron incómodos, y que exhiben las injusticias cometidas desde hace mucho tiempo sobre sus cuerpos y dignidad.
Y los que habiendo podido estar cómodos, llevan el peso de sus responsabilidades a las que, por esta inmovilidad, no podrán hacer frente. Y todo esto, para muchos, es tragedia.
Toda esa angustia y preocupación y desolación irremediablemente es marco también para los privilegiados, los conectados, los quién sabe hasta ahora indiferentes.
Pero… esto estaba ahí, aunque quisiéramos ignorarlo.
Si llegara el bendito remordimiento…Esta posibilidad me parece más difícil.
No se cambia una ética por otra en dos minutos ni en una cuarentena.
No veo a los que dudaron de la abundancia del Universo y acumularon a expensas de los que menos tienen, y atropellaron Naturaleza de manera salvaje, caprichosa e irresponsable, mirándose en sus espejos símil plástico y preguntándose qué podrían haber hecho mejor para que no fuera todo tan tremendo.
Tampoco sé cómo es mirarse en un espejo símil oro, y sentir la morbosa sensación de encontrarse en esta pandemia, con la oportunidad y el negocio de su vida.
Que sería como ser un ser humano de rapiña, o algo así.
Pero hoy esta situación nos interpela a TODOS.
“Ey!, ¡aquí estoy! ¡Soy tu vulnerabilidad!” nos dice, ese pequeño monstruo irrespetuoso de clases, categorías, posiciones, títulos!
Como el niño del cuento que sorprende a todos los que disimulaban la verdad que sabían, señalando y diciendo “El rey está desnudo”.
Ya no se puede mirar para el otro lado. Ya vimos. No hay manera de negarlo.
Ya no tiene importancia cómo se llame el que enferme o muera.
Soy yo, muriéndome un poco. No es tan difícil comprenderlo.
Quien domina no necesariamente es más sabio. Ni más inteligente.
A veces solamente es más agresivo. ¿Cuál es la gloria que se ve en eso?
Quisiera el orgullo. Saber que mi tránsito como humana, ha honrado este pacto de convivencia que late en cada uno por más que nos hagamos los distraídos.
En algún momento, en algún tiempo, tarde o temprano estuve esperando que me dijera la Pacha, qué hiciste por vos, qué hiciste por mí, qué hiciste por todos.
Quisiera no responderle con un saco de dinero.
Quisiera mostrarle una bolsa de granos de trigo, una bandeja con comida, un elefante entero, un pingüino limpio, un ave volando por el cielo, un ser perdido recuperado. Un perdón. Algún pecado menos. Un malvado redimido. Un cuaderno entre un par de manos callosas.
Quisiera decirle que ayudé a hacer comedores junto a mis compañeras y compañeros, para que hubiera menos comedores. Que corrimos a favor de la desgracia para que fuera acompañada y se olvidara de que era desgracia. Que también cruzamos los barrotes de las cárceles hasta gastarlos a pura tiza y a puro diseño de espacios de libertad. Que cosechamos el agua de lluvia para que lloviera en los platos una sopa limpia. Que construimos un puente entre dos barrios vecinos que se daban la espalda, ahora mirándose de frente.
Quiero tener hecha mi tarea para cuando me vaya de este plano, sin mirar hacia atrás.
Quiero sembrar bien para cosechar bien. Y ni siquiera deseo quedarme a recoger.
Esta siembra será sostenible cuando sea digna herencia para los que vengan.
En este tiempo de revelaciones y asombros, alguno, tal vez, haya percibido la soberanía de la vida. Cómo la realidad desobedece consignas y busca la deriva natural, no el camino forzado que se le imponía.
Ahora sin máscaras ni disimulos, queda a la vista el error de cálculo y, sobre todo, los olvidos.
Hay gente hacinada que podría contagiarse”. Pero ¡caramba! Esa gente SIEMPRE ESTUVO HACINADA.
“Hay gente ignorante que no comprende”. Pero ¡caramba! Esa gente SIEMPRE NO SUPO.
“Hay gente hambrienta cuya salud es débil”. Pero ¡caramba! Esa gente hace generaciones que NO COME.
Cuando hablamos de SOSTENIBILIDAD, justamente ponemos el foco en desarrollarnos sin poner en peligro la herencia de las futuras generaciones, de nuestros hijos.
Pero, ¿qué hijos? ¿los propios? ¿los de la familia? ¿los de este apellido en particular? ¿los de esta dinastía en especial?
Primer punto. Los hijos son los HIJOS DE LA HUMANIDAD.
Un bosque es mucho mejor que un respirador, y vale muchísimo más aunque cuesta muchísimo menos. Solamente, dejémoslo ser.
Quién sabe, esto ocurre porque seguimos hablando de DESARROLLO.
Y las palabras son poderosas. Con el uso, nos acostumbramos a percibir el perfil material de ese término, y los propósitos que nos hacemos tienen que ver con los cómo prosperar, equilibrando ambiente, sociedad y economía de una manera ética. Pero no cambiamos el foco.
Me pregunto si no será que tendríamos que cambiar la palabra estrella -DESARROLLO- por alguna otra representativa con un valor menos material, con un perfil más abarcativo, que no deje afuera a tantas personas que pueden sentir que su papel es de meros receptores, o de meros instrumentos –recursos- perdiendo incidencia y protagonismo.
Fundiendo los dos términos del título de este encuentro… ¿FELICIDAD SOSTENIBLE, tal vez?
Quién sabe nos ayudaría a preguntarnos si podemos ser felices SIN EL OTRO.
Si la sonrisa no se nos quebraría al andar por el campo y verlo desolado y envenenado en nombre de la productividad. O al atravesar pueblos, y verlos arrasados de pobreza. O al navegar aguas contaminadas que enferman. O al ver derretirse los glaciares y con ello perderse las mayores reservas de agua potable del mundo.
Me seduce la idea de hablar de felicidad sostenible.
Porque si bien desde lo individual darle contenido exacto a la palabra FELICIDAD es casi imposible, podemos recrearle un sentido para el colectivo.
Sueño y siento que podría educarse bajo ese concepto. Un concepto inclusivo y planetario.
No enfatizando el logro material y perecedero, sino preguntándonos desde la cuna, sobre la ética de la felicidad.
Puede que arribemos al UBUNTU, la ética del Clan Xosha de Mandela, cuya premisa fundamental dice: “Sólo soy con el otro”.
Claro, estoy hablando de valores.
Qué nos trajo también el COVID- 19?
Los lazos de entrega y solidaridad, entre conocidos y completamente desconocidos.
Los vecinos.
Las canciones.
El arte con las puertas abiertas de par en par.
La ciencia dándose apoyo, sin fronteras.
Mapas de una Tierra descontaminada y curiosamente, en recuperación.
Los voluntarios anónimos y potentes y altruistas.
Los trabajadores esenciales y valientes y arriesgados. ¿Saben qué? Muchos de los que realizan tareas ESENCIALES, pertenecen a los barrios más humildes y olvidados.
Y esta bendita INDIGNACIÓN.
Y este ánimo de CAMBIAR.
Cambiar no sólo esta experiencia de cuarentena, que puso a la luz tanta sombra.
Sino este sistema competitivo y cruel en el que vivimos y estamos acostumbrados, desde hace ¡tanto tiempo!
Darle espacio organizado y real a fundar otros modos. Con más bondad y trascendencia.
Con más participación. Con otros referentes.
Para refundar Derechos y garantizarlos.
Para revisar políticas públicas y convertirlas en políticas de Estado. Y hacerlas cumplir.
Para co-construir una sociedad más sensible en la que nadie le pida que se lave las manos a quien no tenga agua. Porque todos tengan agua.
Es mi sentimiento más profundo, que este proceso no tenga vuelta atrás.
Que emerjamos diferentes, con memoria.
Y que sigamos aplaudiendo para que todos los guardianes que hacen posible esta Tierra, tengan reconocimiento no solamente moral, sino completo y cabal.
Qué nos trajo además el COVID- 19?
Todas estas reflexiones y esta forma diferente de celebrar la tierra.
Y, en mi caso particular, la oportunidad de comunicar mis sueños sin pudores y que mi esperanza sobrevuele el planeta.
¡Gracias por eso!