Lo que la pandemia deja ver. Escenarios de aislamiento y respuestas colectivas de cuidado.

Lo que la pandemia deja ver. Escenarios de aislamiento y respuestas colectivas de cuidado.

Por Mora Laiño
Ya casi hemos perdido la cuenta de los días que llevamos de aislamiento social como medida preventiva frente a la expansión del coronavirus. 
Cataratas de recetas de la industria del autocuidado físico, emocional, espiritual y digital -pensadas para garantizar el bienestar individual-, conviven con fake news, memes, videollamadas y teorías conspiranoicas en los sectores medios de la población.
Pero al mirar un poco más allá del propio confinamiento, vemos otro fenómeno. La pandemia pone en el centro de la escena algunas cuestiones. El valor de las respuestas colectivas ante las crisis, el reconocimiento de las tareas de cuidado, y la importancia de contar con políticas públicas orientadas a garantizar la universalización de la atención médica y el acceso a derechos humanos básicos sin discriminación. Revela cómo la sociedad se organiza a partir de lógicas de reciprocidad y las diferentes estrategias que se tejen para sostener el aislamiento según las posibilidades y los recursos con que se cuente.
El “Quedate en casa” para quienes tienen la situación económica medianamente encaminada se reconfigura como un privilegio de clase. La crisis sanitaria pone al descubierto qué trabajos, actividades y vidas humanas son las que sostienen nuestra vida individual y social, qué reconocimiento simbólico y económico suelen tener y qué pasa cuando todo esto se altera.
En las distintas vivencias del aislamiento se exponen las maneras en que se gestionan las tareas de cuidados, que en nuestra sociedad son feminizadas, desjerarquizadas y mal remuneradas. Son las mujeres quienes mayormente están a cargo de estas actividades, especialmente de aquellas ligadas a la salud y a lo doméstico, y del trabajo reproductivo que sostiene nuestra sociedad.
La pandemia también deja al descubierto el impacto diferencial que tienen las crisis sobre los distintos grupos sociales en una estructura socioeconómica desigual. Para las comunidades más vulneradas de la Argentina, el mensaje “Quedate en tu barrio” evidencia cómo es moverse en la fragilidad e incertidumbre permanente.
Allí, las organizaciones sociales, lxs promotorxs comunitarios del Estado y lxs referentes barriales juegan un rol central en la provisión de alimentos. Además de organizar campañas de prevención y concientización entre lxs vecinxs, funcionan como andamiajes de contención frente a un contexto de caída de los trabajos informales, que en los barrios populares ronda un 80%, y que ha multiplicado la necesidad de un plato de comida.
Ante este nuevo escenario todo es exponencial; el riesgo al contagio del coronavirus pero también los síntomas de una precariedad y una pobreza estructural que agudizan la desigualdad.
Según datos del Observatorio de la deuda social, a finales de 2019 dos de cada diez niños/as entre 0 y 17 años vivía en condiciones de hacinamiento, y una proporción similar compartía cama o colchón para dormir. Las deficiencias habitacionales dificultan las condiciones para acatar el aislamiento social obligatorio, muchas veces ante miradas estigmatizantes por violar la cuarentena.
El 16% de los hogares de los barrios populares se encuentra en situación de inseguridad alimentaria severa. La ausencia de “changas” sumado a la suspensión de las clases, ha impactado en la necesidad de reforzar la asistencia alimentaria. Con la crisis también ha recrudecido la violencia policial y la violencia de género a partir de la convivencia obligada.
Cerca del 17% de los hogares de los barrios populares no tiene acceso a la red de agua corriente, mientras que el 42% carece de conexión a la red cloacal. La falta de acceso a derechos humanos básicos impide poder cumplir con las recomendaciones sanitarias básicas.
En este contexto, la conectividad y los dispositivos tecnológicos juegan un rol clave para el acceso a la información, la comunicación, la recreación y la gestión de trámites online. A fines de 2019, el 23% de los hogares de barrios populares no accedía a ningún tipo de conexión a internet, ya sea fija en la vivienda o a través de dispositivos móviles. 
Estas asimetrías impactan fuertemente en la capacidad de adaptar los procesos de  enseñanza escolar a la virtualidad. En las comunidades rurales de Argentina, que ya por sus características geográficas se encuentran aisladas y dispersas, la brecha tecnológica  relega oportunidades educativas y formas de recrear vínculos comunitarios para combatir el miedo. Profundiza el aislamiento, la falta de información y la incertidumbre, e impacta en los procesos educativos, en la gestión de trámites por subsidios y en la socialización digital.
Pero así como esta crisis visibiliza inequidades, también permite actualizar una mirada necesaria, la de las lógicas basadas en la solidaridad y la empatía. Aquellas que evidencian cómo la organización colectiva es siempre el pilar fundamental que sostiene el tejido social, diseñando estrategias novedosas para la gestión de las necesidades básicas; fabricando barbijos, garantizando el cuidado y la alimentación de los adultos mayores, asistiendo los casos de violencia de género o improvisando centros de atención a la salud.
Quizá este futuro lleno de especulaciones anuncie el tiempo de una nueva pedagogía del cuidado que nos ayude a cambiar los relatos basados en el éxito, la superación y el bienestar individual por otros que valoricen el bien común, y nos permitan repensar las formas en que nos organizamos comunitariamente también después de la pandemia.
Casa del Niño en Bernal Oeste, Quilmes
El Polito en barrio Zepa B, Córdoba