¿Qué se quema en la Amazonía?

¿Qué se quema en la Amazonía?

Por Mora Laiño. Unas 350 comunidades indígenas organizan sus modos de vida en torno a los bosques que conforman el bioma de la Amazonía. Hoy, una porción de esa región está en llamas.
Mucho se ha hablado sobre las responsabilidades de un fenómeno alarmante. La descontrolada expansión de la frontera agrícola, el monocultivo, las lógicas lobistas sostenidas en un modelo de producción agroextractivista -que saca hasta que ya no quede- y el avasallamiento de los territorios y las culturas como único modelo de desarrollo posible. Décadas de desmonte, intensificadas durante el gobierno del presidente Jair Bolsonaro, para favorecer la explotación agrocomercial del área, negando los derechos de las comunidades indígenas sobre territorios que habitan previamente de manera integrada y en armonía con el ambiente.
En esas llamas se advierte un proceso de colonización que es cultural, territorial y del sistema productivo; un esquema de transculturación que ha arrasado con saberes ancestrales, maneras de habitar y de relacionarse con la naturaleza, modificando drásticamente la percepción del paisaje y sus dinámicas.
También arde la imposición de lógicas de un “mal desarrollo” que insisten en un único camino posible, y modernizador, basado en la explotación de los territorios y sus recursos, forzando una tensión continua entre desarrollo económico o sustentabilidad ambiental. Un punto de inflexión que nos ubica en un lugar incómodo.
La quema de la Amazonía es principalmente un problema político sobre una desigual distribución de costos y beneficios que nos lleva a reflexionar en torno a la necesidad de fortalecer e integrar la gobernanza regional sobre los ecosistemas comunes. 
Cuando el fenómeno del cambio climático ocupa un lugar central en las agendas y se necesitan inversiones urgentes para la preservación, la soberanía se desdibuja para que la geopolítica meta su bocado. Las potencias del mundo -cuyas necesidades básicas ya han sido satisfechas a partir de explotar la naturaleza sin medir su capacidad de carga y recuperación-, exigen en discursos moralizantes de cumbres ambientales que hay que cuidar “el pulmón del planeta”. Del otro lado, para aquellos que conservan ese mismo enfoque ahora cuestionado, eso implica sacrificar ganancias económicas aunque estas surjan de la explotación de recursos propios para el beneficio final de consumos ajenos en lejanos países. 
El incendio de la Amazonía expresa la crisis de un sistema cuyas lógicas han resultado depredadoras, exige cambios radicales en los modelos de producción y de consumo, y una reconfiguración de las maneras de entender el “desarrollo”, ya no en completa escisión de la naturaleza y las comunidades.
¿Qué rol tenemos y qué podemos hacer por esta causa común? Informarnos para promover el debate; en tiempos de posverdad y viralización de contenidos falsos o engañosos, buscar fuentes confiables y puntos de vista novedosos y cuestionadores, es todo un ejercicio que exige cierto compromiso antes de tomar una información como válida y replicarla. Las organizaciones de la sociedad civil que están involucradas en la temática, pueden ser buenas aliadas tanto para informarnos como para participar en acciones colectivas. La elección de nuestros representantes políticos, en una coyuntura de elecciones, es una oportunidad para analizar de qué manera aparece -o no- la preservación del ambiente en sus plataformas políticas y exigir cambios en un sistema que se quema por agotamiento. 
Pero, ¿es posible pensar modelos de desarrollo que no impliquen una degradación irreversible del ambiente con consecuencias desiguales sobre las comunidades?
Antes de esbozar alguna respuesta posible es necesario comprender las tensiones, resistencias y conflictos de interés que trae aparejado un desafío complejo que excede las soluciones de tipo tecnológico o basadas en cambios de comportamiento individual, como limitar el consumo de carne o el uso de plásticos, cuyo aporte es necesario pero limitado si no se reconfigura todo el modelo de organización económica. 
La quema de la Amazonía es una señal orientadora para reunirnos a pensar colectivamente en cómo se conectan esos temas trascendentales; qué tipo de humanidad queremos ser, cómo nos relacionamos con la naturaleza, y de qué manera entendemos la idea de progreso.